miércoles, 8 de abril de 2009

RUTA DE LOS MURMULLOS / RECORRIDO RULFIANO

Juan Preciado, ayer en Sayula, donde había visto el vuelo de las palomas rompiendo al aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del día...
Y hoy está en la sierra en un lugar llamado "Los Encuentros". - Apango-
sin saber cual camino tomar, le viene el recuerdo de que le prometió
su madre, allá en Colima, al agonizar,
ella le dijo:
"No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro.
Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido
en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro".



El recorrido Rulfiano, Las investigaciones que hizo Virginio Villalvazo Blas, Director del periódico "La Voz del Llano", previa consulta en documentos, entrevistas a familiares y a contemporáneos de Juan Rulfo, guiarán por los hechos, personajes y lugares que dieron vida a la obra literaria de Rulfo. Esperamos que al igual que nosotros, descubran que la "Comala de Rulfo" es la ciudad de San Gabriel, ya que de sus personajes, lugares, tradiciones, surgió la inspiración que llevó a Juan Rulfo a escribir sus grandes obras: Pedro Páramo y El Llano en Llamas.


RECORRIDO POR SAN GABRIEL -COMALA-
Textos de la geografía rulfiana


Allá hallarás mi querencia. El lugar que no quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida…”


EL RECORRIDO
-
La casa de Juan Rulfo (La muerte de su padre)
Casa de Huéspedes (La casa de Eduviges Dyada)
El Puente – Galápago (La expiración del padre Rentería)
La Sangre de Cristo (La muerte de Susana San Juan)
La loma (Donde volábamos papalotes)
Puente nuevo (Es que somos muy pobres)
Santuario – Colegio Josefinas (La escuela de Juan)
Plaza de Armas (De Apango han bajado los indios)
Camino a Jiquilpan (En la Madrugada)



CASA DE JUAN RULFO
(LA MUERTE DE SU PADRE)


-. Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el huevo de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo esto oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.

Llamaron a su puerta: pero el no contestó. Oyó que siguieron tocando todas las puertas, despertando a la gente. La carrera que llevaba Fulgor - lo conoció por sus pasos – hacia la puerta grande se detuvo un momento como si tuviera intenciones de volver a llamar. Después siguió corriendo.
Rumor de voces, arrastrar de pisadas, despaciosas como si cargaran con algo pesado.
Ruidos vagos.

Vino a su memoria la muerte de su padre, también en un amanecer como éste; aunque en aquél entonces la puerta estaba abierta y traslucía el color gris de un cielo hecho ceniza, triste, como fue entonces. Y a una mujer conteniendo el llanto, recostada contra la puerta. Una madre de la que ya se había olvidado y olvidado muchas veces diciéndole: “! Han matado a tu padre!” con aquella voz quebrada, deshecha, sólo unida por el hilo del sollozo.

Nunca quiso revivir ese recuerdo porque le traía otros, como si rompiera un costal repleto y luego quisiera contener el grano. La muerte de su padre que arrastró otras muertes y en cada una de ellas había siempre la imagen de la cara despedazada; roto un ojo, mirando vengativo el otro. Y otro y otro más, hasta que la había borrado del recuerdo cuando ya no hubo nadie que se la recordara.


-¡Descánselo aquí!. No, así no. Hay que meterlo con la cabeza para atrás. ¡Tu! ¿Qué esperas?
Todo en voz baja.
-Y él.
-El duerme. No lo despierten. No hagan ruido.


CASA DE HUESPEDES
(LA CASA DE EDUVIGES DYADA)





¡Buenas noches!- me dijo.
La seguí con la mirada. Le grité.
¿Dónde vive doña Eduviges?
Y ella señaló con el dedo:
- Allá. La casa que está junto al puente.
Me dí cuenta que su voz estaba hecha de hebras humanas, que su boca tenía dientes y una lengua que se trababa y destrababa al hablar, y que sus ojos eran como todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra.
Había oscurecido.
Volvió a darme las buenas noches. Y aunque no había niños jugando, ni palomas, ni tejados azules, sentí que el pueblo vivía. Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces.
De voces, si. Y aquí, donde el aire era escaso, se oían mejor. Se quedaban dentro de uno, pesadas. Me acordé de lo que me había dicho mi madre: “Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz”. Mi madre…. La viva.
Hubiera querido decirle: “Te equivocaste de domicilio. Me diste una dirección mal dada. Me mandaste al “¿dónde es esto y dónde es aquello?”. A un pueblo solitario. Buscando a alguien que no existe”.
Llegué a la casa del puente orientándome por el sonar del río. Toqué la puerta; pero en falso. Mi mano se sacudió en el aire como si el aire la hubiera abierto. Una mujer estaba allí. Me dijo: - Pase usted. – Y entré.
Me había quedado en Comala. EL arriero, que se siguió de filo, me informó todavía antes de despedirse:
-Yo voy más allá, donde se ve la trabazón de los cerros. Allá tengo mi casa. SI usted quiere venir, será bienvenido. Ahora que si quiere quedarse aquí, ahí se lo haiga; aunque no estaría por demás que echara una ojeada al pueblo, tal vez encuentre algún vecino viviente.
Y me quedé. A eso venía.
-¿Dónde podré encontrar alojamiento? -le pregunté ya casi a gritos.
-Busque a doña Eduviges, si es que todavía vive. Dígale que va de mi parte.
-¿Y cómo se llama usted?
-Abundio -me contestó. Pero ya no alcancé a oír el apellido.
-Soy Eduviges Dyada. Pase usted.

Parecía que me hubiera estado esperando. Tenía todo dispuesto, según me dijo, haciendo que la siguiera por una larga serie de cuartos oscuros, al parecer desolados.
Pero no; porque, en cuanto me acostumbré a la oscuridad y al delgado hilo de luz que nos seguía, vi crecer sombras a ambos lados y sentí que íbamos caminando a través de un angosto pasillo abierto entre bultos.
-¿Qué es lo que hay aquí? -pregunté.
-Tiliches -me dijo ella-.Tengo la casa toda entilichada. La escogieron para guardar sus muebles los que se fueron, y nadie ha regresado por ellos. Pero el cuarto que le he reservado está al fondo. Lo tengo siempre descombrado por si alguien viene. ¿De modo que usted es hijo de ella?
-¿De quién? -respondí.
-De Doloritas.
-Sí, pero ¿cómo lo sabe?
-Ella me avisó que usted vendría. Y hoy precisamente. Que llegaría hoy.
-¿Quién? ¿Mi madre?
-Sí. Ella.
Yo no supe qué pensar. Ni ella me dejó en qué pensar.

EL PUENTE GALÁPAGO
(LA EXPIACIÓN DEL PADRE RENTERÍA)



El padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo.

Recorrió las calles solitarias de Comala, espantando con sus pasos a los perros que husmeaban en las basuras. Llegó hasta el río y allí se entretuvo mirando en los remansos el reflejo de las estrellas que se estaban cayendo del cielo. Duró varias horas luchando con sus pensamientos, tirándolos al agua negra del río.

«El asunto comenzó -pensó- cuando Pedro Páramo, de cosa baja que era, se alzó a mayor. Fue creciendo como una mala yerba. Lo malo de esto es que todo lo obtuvo de mí: "Me acuso padre que ayer dormí con Pedro Páramo." "Me acuso padre que tuve un hijo de Pedro Páramo." "De que le presté mi hija a Pedro Páramo". Siempre esperé que él viniera a acusarse de algo; pero nunca lo hizo. Y después estiró los brazos de su maldad con ese hijo que tuvo. Al que él reconoció, sólo Dios sabe por qué. Lo que si sé es que yo puse en sus manos ese instrumento.»


Tenía muy presente el día que se lo había llevado, apenas nacido.
Le había dicho:
-Don Pedro, la mamá murió al alumbrarlo. Dijo que era de usted. Aquí lo tiene.
Y él ni lo dudó, solamente le dijo:
-¿Por qué no se queda con él, padre? Hágalo cura.
-Con la sangre que lleva dentro no quiero tener esa responsabilidad.
-¿De verdad cree usted que tengo mala sangre?
-Realmente sí, don Pedro.
-Le probaré que no es cierto. Déjemelo aquí. Sobra quien se encargue de cuidarlo.
-En eso pensé, precisamente. Al menos con usted no le faltará el sustento.
El muchachito se retorcía, pequeño como era, como una víbora. -¡Damiana! Encárgate de esa cosa. Es mi hijo.
Después había abierto la botella:
-Por la difunta y por usted beberé este trago.
-¿Y por él?
-Por él también, ¿por qué no?
Llenó otra copa más y los dos bebieron por el porvenir de aquella criatura.
Así fue.
Comenzaron a pasar las carretas rumbo a la Media Luna. Él se agachó, escondiéndose en el galápago que bordeaba el río. «¿De quién te escondes?», se preguntó a sí mismo.
-¡Adiós, padre! -oyó que le decían.
Se alzó de la tierra y contestó:
-¡Adiós! Que el Señor te bendiga.
Estaban apagándose las luces del pueblo. El río llenó su agua de colores luminosos.
-Padre, ¿ya dieron el alba? -preguntó otro de los carreteros.
-Debe ser mucho después del alba -respondió él. Y caminó en sentido contrario al de ellos, con intenciones de no detenerse.
-¿Adónde tan temprano, padre?
-¿Dónde está el moribundo, padre?
-¿Ha muerto alguien en Contla, padre?
Hubiera querido responderles: «Yo. Yo soy el muerto». Pero se conformó con sonreír.
Al salir del pueblo precipitó sus pasos.
Regresó entrada la mañana.
-¿Dónde estuvo usted, tío? -le preguntó Ana su sobrina-. Vinieron muchas mujeres a buscarlo. Querían confesarse por ser mañana viernes primero.
-Que regresen a la noche.
Se quedó un rato quieto, sentado en una banca del pasillo, lleno de fatiga.
-¡Qué fresco está el aire!, ¿no, Ana?
-Hace calor, tío.
-Yo no lo siento.
No quería pensar para nada que había estado en Contla, donde hizo confesión general con el señor cura, y que éste, a pesar de sus ruegos, le había negado la absolución.

LA SANGRE DE CRISTO



(LA MUERTE DE SUSANA SAN JUAN)

-Yo. Yo vi morir a doña Susanita.
-¿Qué dices, Dorotea?
-Lo que te acabo de decir.
Al alba, la gente fue despertada por el repique de las campanas. Era la mañana del 8 de diciembre. Una mañana gris. No fría, pero gris. El repique comenzó con la campana mayor. La siguieron las demás. Algunos creyeron que llamaban para la misa grande y empezaron a abrirse las puertas; las menos, sólo aquellas donde vivía gente desmañanada, que esperaba despierta a que el toque del alba les avisara que ya había terminado la noche. Pero el repique duró más de lo debido. Ya no sonaban sólo las campanas de la iglesia mayor, sino también las de la Sangre de Cristo, las de la Cruz Verde y tal vez las del Santuario. Llegó el mediodía y no cesaba el repique. Llegó la noche.


Y de día y de noche las campanas siguieron tocando, todas por igual, cada vez con más fuerza, hasta que aquello se convirtió en un lamento rumoroso de sonidos. Los hombres gritaban para oír lo que querían decir. «¿Qué habrá pasado?», se preguntaban.
A los tres días todos estaban sordos. Se hacía imposible hablar con aquel zumbido de que estaba lleno el aire. Pero las campanas seguían, seguían, algunas ya cascadas, con un sonar hueco como de cántaro.
-Se ha muerto doña Susana.
-¿Muerto? ¿Quién?
-La señora.
-¿La tuya?
-La de Pedro Páramo.
Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De Contla venían como en peregrinación. Y aun de más lejos. Quién sabe de dónde, pero llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como si fueran mirones, y al rato ya se habían avecindado, de manera que hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos, igual que en los días de la función en que costaba trabajo dar un paso por el pueblo.
Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de hacerles comprender que se trataba de un duelo, de días de duelo. No hubo modo de hacer que se fueran; antes, por el contrario, siguieron llegando más.
La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los gallos, se oía la música; los gritos de los borrachos y de las loterías.
Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el cielo gris. Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala:
-Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre.
Y así lo hizo.

LA LOMA

(DONDE VOLABAMOS PAPALOTES)


El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas plas y luego otra vez plas en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. Ahora de vez en cuando la brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. Las gallinas, engarruñadas como si durmieran, sacudían de pronto sus alas y salían al patio, picoteando de prisa, atrapando las lombrices desenterradas por la lluvia. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la
tierra, jugaba con el aire dándole brillo a las hojas con que jugaba el aire.
-¿Qué tanto haces en el excusado, muchacho?
-Nada, mamá.
-Si sigues allí va a salir una culebra y te va a morder.
-Sí, mamá.
«Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se nos iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento.
"Ayúdame, Susana." Y unas manos suaves se apretaban a nuestras manos. "Suelta más hilo."
»El aire nos hacía reír; juntaba la mirada de nuestros ojos, mientras el hilo corría entre los dedos detrás del viento, hasta que se rompía con un leve crujido como si hubiera sido trozado por las alas de algún pájaro. Y allá arriba, el pájaro de papel caía en maromas arrastrando su cola de hilacho, perdiéndose en el verdor de la tierra.
»Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío.» -Te he dicho que te salgas del excusado, muchacho.
-Sí, mamá. Ya voy:
«De ti me acordaba. Cuando tú estabas allí mirándome con tus ojos de aguamarina.»
Alzó la vista y miró a su madre en la puerta.
-¿Por qué tardas tanto en salir? ¿Qué haces aquí?
-Estoy pensando.
-¿Y no puedes hacerlo en otra parte? Es dañoso estar mucho tiempo en el excusado. Además, debías de ocuparte en algo. ¿Por qué no vas con tu abuela a desgranar maíz?
-Ya voy, mamá. Ya voy.

PUENTE NUEVO




(ES QUE SOMOS MUY POBRES)


Los hechos que el escritor Juan Rulfo refiere en este cuento de su libro EL Llano en Llamas, tuvieron lugar según se dice en el rio que atraviesa a San Gabriel y el puente al que se refiere es el que conocemos como El Puente Nuevo.
Son las tribulacones de un niño que veía venir y que caerían sobre su familia. Acababan de enterrar a su abuela y dice:
Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río. El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar enseguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño. Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta….
Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente….
Allí fue donde supimos que el río se había llevado a la Serpentina la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos. No acabo de saber por qué se le ocurriría a La Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás.
A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen. Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidiendo que le ayudaran.
Bramó como sólo Dios sabe cómo. Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de donde él, estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rodaban muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba. Nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo. Si así fue, que Dios los ampare a los dos.

EL SANTUARIO



(COLEGIO DE LAS MADRES JOSEFINAS)



En este colegio fue inscrito el niño Juan Nepomuseno Carlos Pérez Vizcaíno y su hermano mayor Severiano.

Era un colegio católico al frente del cual se encontraban madres venidas de Francia, conocidas como "Madres de la Orden de las Josefinas". Sufrieron las consecuencias de las persecusiones anticlericales del presidente Calles, cerraron El Colegio y las madres fueron enviadas de regreso a su patria.


La mayoría de los alumnos del colegio Josefino terminaron sus estudios en el Colegio de la Maestra Prudencianita Cervantes.


Estas edificaciones construidas anexas al Santuario, han sido ocupadas por otras escuelas o colegios, pero no han logrado sobrevivir por la raquítica ayuda que reciben y porque es oneroso a los padres de familia el mandar a estudiar a sus hijos a un colegio católico, cuando existen suficientes escuelas laicas donde reciben una muy buena educación y esto no es nuevo.


Un Gobernador del Estado allá en la década de los años 20 ó 30, en su informe puso de ejemplo a las escuelas de San Gabriel que lograron un porcentaje elevado que las colocó en el honroso segundo lugar del Estado.
Este templo es el Santuario a Nuestra Señora de Guadalupe, el mismo que cita Juan Rulfo en su obra Pedro Páramo el día que murió Susana Sanjuan...



EN EL PORTAL DEL SR. OSCAR VILLA



(DE APANGO HAN BAJADO LOS INDIOS)



Sobre los campos del valle de Comala está cayendo la lluvia. Una lluvia menuda, extraña para estas tierras que sólo saben de aguaceros. Es domingo, de Apango han bajado los indios con sus rosarios de manzanillas, su romero, sus manojos de tomillo. No han traído ocote porque el ocote está mojado, y ni tierra de encino porque también está mojada por el mucho llover. Tienden sus yerbas sobre el suelo, bajo los arcos del portal y esperan.


La lluvia sigue cayendo sobre los charcos..
Entre los surcos, donde está naciendo el maíz, corre el agua en ríos. Los hombres no han venido al mercado, ocupados en romper los surcos para que el agua busque nuevos cauces y no arrastre la milpa tierna. Andan en grupos, navegando en la tierra anegada, bajo la lluvia, quebrando con sus palas los blandos terrones, ligando con sus manos la milpa y tratando de protegerla para que crezca sin trabajo.
Los indios esperan. Sienten que es un mal día. Quizá por eso tiemblan debajo de sus mojados "gabanes" de paja; no de frío, sino de temor. Y miran la lluvia desmenuzada y al cielo que no suelta sus nubes.
Nadie viene. EL pueblo parece estar solo. La mujer les encargó un poco de hilo de remiendo y algo de azúcar, y de ser posible y de haber, un cedazo para colar el atole. EL "gaban" se les hace pesado de humedad conforme se acerca el mediodía. Platican, se cuentan chistes y sueltan la riza. Las manzanillas brillan salpicadas por el rocío.
Piensan: "Si al menos hubiéramos traído tantito pulque, no importaría; pero el cogollo de los magueyes está hecho un mar de agua. En fin, qué se le va a hacer."
Justina Díaz, cubierta con paraguas, venía por la calle derecha que viene de la Media Luna, rodeando los chorros que borbotaban sobre las banquetas. Hizo la señal de la cruz y se persignó al pasar por la puerta de la iglesia mayor. Entró en el portal. Los indios voltearon a verla. Vió la mirada de todos como si la escudriñaran. Se detuvo en el primer puesto, compró diez centavos de hojas de romero, y regresó, seguida por las miradas en hilera de aquel montón de indios.
"Lo caro que está todo en este tiempo - dijo, al tomar de nuevo el camino hacia la Media Luna - . Este triste ramito de romero por diez centavos. No alcanzará ni siguiera para dar olor."
Los indios levantaron sus puestos al oscurecer.
Entraron en la lluvia con sus pesados tercios a la espalda; pasaron por la iglesia para rezarle a la Virgen, dejándole un manojo de tomillo de limosna. Luego enderezaron hacia Apango, de donde habían venido.
"Ahí será otro día", dijeron. Y por el camino iban contandose chistes y soltando la risa.


PLAZA DE ARMAS


(EN LA MADRUGADA)
San Gabriel sale de la niebla húmedo de rocío. Las nubes de la noche durmieron sobre el pueblo buscando el calor de la gente. Ahora está por salir el sol y la niebla se levanta despacio, enrollando su sábana, dejando hebras blancas encima de los tejados. Un vapor gris, apenas visible, sube de los árboles y de la tierra mojada atraído por las nubes; pero se desvanece en seguida. Y detrás de él aparece el humo negro de las cocinas, oloroso a encino quemado, cubriendo el cielo de cenizas.


Allá lejos de los cerros están todavía en sobras.
Una golondrina cruzó las calles y luego sonó el primer toque del alba.
Las luces se apagaron. ENtonces una mancha como d e tierra envolció al pueblo, que siguió roncando un poco más adormecido en el calor del amaneer.
Por el camino de Jiquilpan, bordeado de camichines, el viejo Esteban viene montado en el lomo de una vaca, arreando el ganado de laordeña. De ha subido allí para que no le brinquen a la cara los chapulines.
Se espanta los zancudos con su sombrero y de vez en cuando intenta chiflar, con su boca sin dientes, a las vacas, para que no se queden rezagadas. Ellas caminan rumiando, salpicándose en el rocío de la hierba. La mañana está aclarando. Oye las campanadas del alba en San Gabriel y se baja de la vaca, arrodillándose en el suel y haciendo la señal de la cruz con los brazos extendidos.
Una lechuza grazna en el huevo de los árboles y entonces brinca de nuevo al lomo de la vaca, se quita la camisa para que con el aire se le vaya el susto, y sigue su camino.
"Una, dos, diez", cuenta las vacas al estar pasando el guardaganado que hay a la entrada del pueblo. A una de ellas la detiene por las orejas y le dice estirando la trompa: "Ora te van a desahijar, motilona. Llora si quieres; pero es el último día que verás a tu becerro."
La vaca lo mira con sus ojos tranquilos, se lo sacude con la cola y camina hacia adelante.
Están dando la última campanada del alba.
No se sabe si las golondrinas vienen de Jiquilpan ó salen de San Gabriel; sólo se sabe que van y vienen zigzagueando, mojándose el pecho en el lodo de los charcos sin perder el vuelo; algunas llevan algo en el pico, recogen el lodo con las plumas timoneras yse alejan, saliéndose del camino, perdiéndose en el sombrío horizonte.
Las nubes están ya sobre las montañas, tan distantes que sólo parecen parches grises prendidos a las faldas de aquellos cerros azules.
El viejo Esteban mira las serpentinas de colores que corren por el cielo: rojas, anaranjadas, amarillas. Las estrellas se van haciendo blancas. Las últimas chispas se apagan y brota el sol, entero, poniendo gotas de vidrio en la punta de la hierba.......


Nota. La edición del Recorido Rulfiano, editado por La Voz del Llano fue publicada en este Blog con la autorización de Virginio Villalvazo Blas, y con la colaboración de Ing. Juan Villalvazo Naranjo e Ing. Enrique Nava Estrada.

2 comentarios:

  1. Inspiradora recopilación.

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  2. Hermoso recorrido, nos trasladamos en aquel tiempo en donde Juan Rulfo se inspiro claro!.
    Mucha gente amable me vengo muy feliz y ademas de conocer (de vista) jaja a una mujer muy muy hermosa.!

    saludos!

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